MAIRIAM




  Hoy estuve pensando en Mairiam, pensando mucho en ella, recordando, repasando tantos y tantos pasajes de nuestras vidas.

  La primera vez que vi a Mairiam fue hace mucho tiempo, yo tenía siete años de edad, jugaba alegremente cerca de la entrada de mi casa, y vi a una niña, que pensé muy extraña, que me observaba desde la acera del frente. Me pareció muy extraña para mi mente de siete años pues era una niña muy delgada, con el cabello abundante y notablemente despeinado. Me molesté mucho cuando aquella niña de aspecto tan particular me lanzó una pequeña piedra que fue a dar directo a mi rodilla derecha, y se rio a carcajadas mientras yo me quejaba sin parar. Quise pegarle, hacerle pagar, que no se riera de mí, pero no lo hice. Solo me quedé mirándola con cara de enojo. La niña se acercó a mí, aún riendo, y fue la primera vez que me dijo su nombre; y pensé que todo era extraño en aquella niña, hasta su nombre. Nuestra primera charla me dejó saber que teníamos la misma edad, que ella y su madre se habían mudado recientemente a la casa que quedaba casi frente a la mía. Y que yo era la primera persona que conocía en el nuevo vecindario. Creo que desde ese primer momento nos hicimos amigos. No dejó de parecerme extraña, pero entonces ya era una extraña muy amigable y a la que empecé a querer mucho.

  Gran parte de esa infancia, que la recuerdo como muy feliz, la pasé junto a Mairiam, solíamos ser compañeros de juegos y travesuras, tener nuestras propias y disparatadas aventuras, y desatar nuestra imaginación. Incluso fuimos a la misma escuela y al mismo salón de clases. Recuerdo que Mairiam no era una estudiante muy brillante, y tampoco se esforzaba demasiado en serlo, aunque mostraba mucho interés en la lectura. A pesar de que el mundo escolar representa un gran cambio para los niños, Mairiam y yo nos mantuvimos muy cercanos y compartiendo la mayoría de nuestros ratos, aún cuando yo tenía nuevos amigos y para ella era más difícil relacionarse. Me acuerdo como inmediatamente pensé en ella cuando aprendí que existía algo llamado palíndromo. Fue por entonces que comencé a llamarla Mar, apodo que inintencionadamente se extendió y perduró en el tiempo, y que a Mar terminó por agradarle.

  Y así fue como crecimos, a mi juicio felices, como cualesquiera otros niños, con juegos, enseñanzas y alegría. Vimos transcurrir nuestra niñez con entusiasmo, y el tiempo vio florecer la profunda amistad entre Mar y yo, la extraña Mar, mi querida Mar. La adolescencia nos alcanzó sin apenas darnos cuenta; fue un gran cambio para nosotros, había momentos que no lograba comprender del todo. No obstante me aliviaba y confortaba la imperturbabilidad de la enmarañada cabellera de Mar, pues eso me indicaba que todo iba bien. No me gustaba cuando era objeto de burla por parte de algunos, y me sentía furioso cada vez que eso ocurría, pero me divertía mucho con mi amiga ideando creativas maneras de venganza, aunque fuesen imposibles de llevar a cabo. Pero sí, ese fue un período que nos marcó. Por primera vez en muchos años fuimos a diferentes escuelas, y realmente nos veíamos poco. No nos alcanzaba el tiempo para compartir demasiadas aventuras, y de hecho nuestros intereses parecían haberse vuelto un tanto diferentes. Nos veíamos solo los fines de semana, o a veces brevemente en noches esporádicas. No me percaté entonces, o no le di demasiada importancia, pero mar había empezado a cambiar, y no solo físicamente, pero quizás solo sentía que extrañaba a mi amiga.

  Pero llegó aquel día y siento que desde entonces nada volvió a ser lo mismo. Fue en aquella mañana cuando lo supe: la madre de Mar, aquella amable señora que siempre lucía una sonrisa, que solía regalarme dulces elaborados por ella y que me contaba historias muy amenas sobre sus abuelos viajeros, había muerto. Dijeron que su corazón había fallado repentinamente. Mar estaba sola. Fue muy difícil siquiera poder verla, me sentía muy triste, mi amiga estaba completamente devastada, desconsolada. Entre lágrimas me dijo cuanto sufría el haber perdido lo más valioso de su vida. No podré olvidar jamás cuando en el funeral, al día siguiente, bajo una tenue llovizna, con los ojos hinchados de tanto llanto, Mar me afirmó haberlo perdido todo, y que se iría, se iría lejos, quizás con unos parientes, quizás sola, pero que no podía quedarse, que era la despedida, pero que a pesar de toda la tristeza, y de que recordar la haría inevitablemente recurrir al llanto, siempre hallaría un lugar para pensar en mí con alegría y agradecimiento. Y nos dimos un largo abrazo, el más difícil abrazo que había compartido, matizado por la profunda pesadumbre de tener que dejar ir a mi mejor amiga, Justo en ese momento quería estar tan cerca de ella como nunca antes, justo en ese momento, cuando más lo necesitaba, debía estar allí para ella. Pero nada podía hacer, y eso me parecía más terrible aún. Y fue así que mi amiga Mar se marchó. Sin saber cuando la volvería a ver, o si la volvería a ver, sin saber qué sería de ella, sin saber que pasaría.

  Transcurrieron muchos años, la vida continuó su curso, y el tiemplo, implacable, me condujo por nuevos caminos. Había terminado mis estudios, tenía un empleo y me había ido a vivir a un pequeño pero confortable departamento cerca del centro de la ciudad. Vivía solo, y solo pasaba la mayoría del tiempo. Tenía pocos amigos y no hacía demasiada vida social, siempre absorto en mis ideas y proyectos. A veces extrañaba aquellos días de infancia, los viejos amigos, los que ya no estaban, y fundamentalmente mi mejor amiga, a quien no vi en todos aquellos años, pero siempre recordé con cariño, con anhelo, y con un vestigio de tristeza. La primera vez que vi a Mairiam luego de tantos años fue totalmente inesperada, pero sin dudas una muy agradable sorpresa. Fue una tarde de septiembre, en un parque cercano a mi departamento, donde acostumbraba sentarme a descansar y tomar algo de aire fresco. Al principio no me percaté, o no le di mucha importancia a la muchacha que pasaba cerca de mí con cierta premura y andar inseguro, ensimismada en quién sabe qué pensamientos, pero casi involuntariamente me fijé en su rostro y reconocí enseguida el rostro de la persona que tanto había extrañado por años. Ciertamente lucía diferente, la enmarañada cabellera ya no existía, en su lugar había un cabello corto, de color negro, salpicado de rojo, un tanto despeinado. Era una muchacha alta, delgada, atractiva incluso a pesar de no estar demasiado bien arreglada. Pero aquella nariz aguileña seguía igual, era lo único igual a lo que recordaba en un semblante verdaderamente muy diferente. Fue muy emotivo el encuentro, tan deseado por tantos años y finalmente se hacía realidad. Un gran abrazo y la satisfacción de descubrirnos de nuevo después de tanto tiempo. Teníamos tanto para contarnos, tanto para hablar, tanto para descubrir, tanto para rememorar. Como tanto ella como yo teníamos lamentablemente esa tarde ocupada con otros asuntos, quedamos para vernos en mi apartamento esa noche y ponernos al día con nuestras respectivas vidas, que afortunadamente una vez más se volvían a encontrar, casi al azar, pero con inmensa alegría.

  En efecto, me hizo muy feliz reencontrarme con Mar aquella noche, estuvimos horas y horas, contándonos que había sido de nuestras vidas, y por supuesto rememorando aquellos tiempos de infancia y adolescencia juntos. Sin embargo no pude evitar notar con preocupación cuanto había cambiado mi otrora mejor amiga, al punto de que por momentos me parecía una completa desconocida aquella mujer que me contaba de su vida, de sus desventuras. Había tenido años muy duros, difíciles, con costosas decisiones, afectos muy mal recompensados, adversidad, penuria. Su presente dejaba al descubierto un desgarrador pasado en todo sentido. Era alguien bien diferente, con un marcado halo de tristeza, producto de tantas desdichas. Era alguien decepcionada de las personas y hasta de la propia vida, un tanto rebelde quizás, que se esforzaba por salir fortalecida pero terminaba siendo más herida por cada una de las vicisitudes por las que había atravesado, que no eran pocas. Era difícil disimular su tristeza tras su máscara de dureza construida a base de dolor. Me embargó la tristeza y toda la empatía mientras conocía la historia, y llegué a sentirme avergonzado por haber tenido unos años exitosos y felices sin reparar en que la vida no nos trata a todos por igual. Mar tampoco había tenido suerte en sus relaciones afectivas u amorosas; en la búsqueda de un tan necesitado afecto, lo había intentado varias veces, pero siempre terminaba herida, o maltratada, esencialmente infeliz. Cansada de que la hiciesen sentir como basura, incluso intentó no pocas maneras de escapar de esa realidad, de la que inevitablemente nunca podía escapar a pesar de desearlo con todas sus fuerzas. Por eso le había hecho muy feliz el encontrarse conmigo, y rememorar las alegrías del pasado, a la vez que tener nuevamente, luego de años, un oído al cual contarle sus desdichas, desahogarse, y tener unos brazos amigos en los cuales refugiarse; había sido lo más alegre que había tenido en mucho tiempo, y el tener de nuevo a un amigo al que extrañaba y necesitaba tanto como lo era yo, le producía un regocijo especial que ya casi había olvidado cómo se sentía. Alentado, por una cierta culpa, por no haber estado ahí para ella cuando me necesitó, decidí que no la dejaría abandonada, que no me permitiría alejarme de ella una vez más, que la ayudaría, como era mi deber, que estaría allí, que haría lo que no hice en las horas aciagas: debía ser el amigo, el confidente, la mano y hombro servicial, consuelo, compañía y apoyo que tanto requería y merecía mi Mar.

  Desde aquella noche del reencuentro, procuramos vernos lo más posible, de acuerdo a nuestros horarios. Mi hogar siempre estaría abierto para ella. Una de las cosas que más quería era rescatar la sonrisa en ese bello pero muy apagado rostro. Afortunadamente pudimos vernos muy frecuentemente, algo que nos hacía mucho bien, nos proporcionaba alegría. No olvido el día en que fuimos al parque de diversiones, fue un regalo sorpresa que estuve planeando por días, y finalmente se pudo hacer realidad. No olvido lo contenta que se puso Mar cuando la sorpresa le fue revelada, y la felicidad que le proporcionó todo aquello. Con amplia sonrisa disfrutaba de cada aparato y atracción del parque, y en todas se divirtió con creces. Fue como si no hubiesen pasado los años, y fuésemos niños traviesos disfrutando de un parque de atracciones, como cuando éramos unos chiquillos que jugábamos descalzos sobre rústicas construcciones y figuras de madera en las ruinas de la vieja casa al final de nuestra calle, deseando que nunca anocheciera para no tener que terminar el día de diversión. Y sobre todas las cosas, fue muy importante cuando, al despedirnos, Mar me dio las gracias por el gran día que había pasado, y me comentó que por momentos pudo volver a sentirse como aquella niña alegre que una vez fue. Eso me llenó de satisfacción, aún cuando sabía que eran solo momentos, fugaces destellos de felicidad que no tardaban en disolverse, a pesar de los esfuerzos. Tal vez Mar estaba demasiado dañada, tal vez sufrió demasiado. No podía yo imaginarlo, y nunca quise atormentarla con preguntas inquisitivas que fueran más allá de lo que estuviera dispuesta a rememorar y contarme, pues tampoco sería yo el causante de que sus recuerdos visitaran instantes de desgracia, cuando mi interés y mi deber eran todo lo contrario.

  Pero yo seguía intentando mejorar una vida que me era casi tan importante como mi propia vida, pues pensaba que aún era posible enmendar el daño, y ayudar a un mejor futuro. Y hubo momentos muy especiales, como la noche en que luego de una caminata bajo las estrellas, fuimos a una sala de cine, justamente a ver una película sobre viajes espaciales y sobre salvar un planeta, que creí que era muy apropiada para el momento y para pasar un rato agradable. Mucho tiempo atrás, a veces solíamos embelesarnos viendo las estrellas, y soñábamos con algún día poder viajar a alguna de ellas a conocer nuevos y extraños mundos. La película resultó ser muy emocionante, fue fácil sentirse en la piel de aquellos salvadores de mundos a lo largo de su misión. Y es que hasta cualquier misión parecía sencilla para mí en aquel instante, pues todo el tiempo estuve con Mar tomados de las manos, desafiando el vacío del espacio, y el mundo entero a nuestro alrededor parecía diferente. Para cuando el protagonista de la película finalmente logró llegar a su destino, y se enfrentó al dilema de tener que entregar su vida para salvar a la humanidad, mis labios y los de Mar se encontraron, quizás con cierta timidez al principio, pero con una ternura indescriptible, ternura que dio paso a un cierto desenfreno al vaivén de nuestras lenguas. Fue algo extraño, tal vez por lo totalmente inesperado de la situación, pero me hizo sentir muy bien. Y caí en la cuenta de que hasta entonces no había asimilado del todo la hermosa mujer que era Mar, a pesar de todas las adversidades, y la mujer del presente fue más vívida que la niña del pasado, y fue feliz de sellar con un beso su regreso a mi vida de alguien tan preciado. Nunca lo había pensado de esa manera, o a lo mejor nunca me permití sentirme así respecto a ella, pero en aquel momento dejé que finalmente afloraran todos mis sentimientos acumulados por años, y descubrí que eran mucho más profundos. Ya no solo era cariño, admiración, afecto; había mucho más: había deseo, había pasión. Y lo mismo recibí a cambio, sin decir una palabra, pues no había necesidad de palabra alguna.

  Aquella noche la pasamos juntos en mi casa, envueltos en la pasión, el deseo, entregados completamente el uno al otro. Supe que Mar había aprendido a expresar con su cuerpo lo que había dejado de poder expresar con palabras, aunque no hurgué en las complejas circunstancias que lo causaron, pues no era el momento, no esta vez, ya que toda su voluntad estaba volcada a una placentera finalidad. Me conformaba, me extasiaba, la hermosa mujer que yacía entre mis brazos. No recordaba un despertar tan excelso como abrir mis ojos y encontrar la sonrisa de Mar dándome los buenos días, tan tierna, tan hermosa. Y fueron varios los despertares con sonrisa, luego de noches de pasión, los desayunos para dos, los paseos tomados de las manos. Me sentí totalmente pleno y dichoso y hasta felizmente sorprendido de lo que habíamos logrado: mi mejor amiga ya era mucho más que eso, y la sonrisa había vuelto a su rostro, de a poco, pero significativamente; acaso era momento de dar un paso más, uno mayor, quizás más decisivo…o posiblemente no, que el tiempo lo decidiese, a fin de cuentas era hermoso lo que teníamos, sin necesidad de alterarlo, además, había cuestiones más importantes, más imperativas, que requerían solución antes.

  En mi afán de hacer lo correcto, y por fin llevar la jovialidad y el brillo duradero a la vida que tanto quería, creí necesario un nuevo comienzo, Así se lo comenté a Mar, que debía tratar de dejar el pasado atrás, no permitir más que la hostigara y la angustiara, comenzar de nuevo, un paso a la vez, pero que cada paso contara, y fuera valioso y firme. Y para ello siempre podría contar conmigo, que yo estaría allí para ella, de ser necesario daría cada paso con ella, sosteniéndola, pero siempre avanzando hacia adelante, por difícil que pudiera ser. Era la aventura en la que quería embarcarme. Recuerdo la mirada de asombro, incredulidad y cariño de Mairiam, y su largo silencio, y las lágrimas que recorrieron sus mejillas, hasta finalmente contestar con voz entrecortada que necesitaba tiempo, que era una decisión muy delicada, que todo era muy complicado. En su corazón lo que más deseaba era un nuevo comienzo, lo soñaba, lo anhelaba; pero en la vida casi nunca hay oportunidad de cumplir los sueños, y su propia vida se había encargado de difuminar sus anhelos y esperanzas. Eran demasiadas heridas, demasiadas heridas sin sanar como para olvidarlas, o pretender que nunca se abrieron. Demasiadas cicatrices como para aventurarse a un nuevo sendero. Dicen que el tiempo cura todas las heridas, pero algunas heridas quizás no tienen sanación. En todo caso, le era un gran consuelo el saber que tenía alguien a quien quería mucho preocupado por su destino, dispuesto a acompañarla. Pero era muy difícil todo. No es posible cambiar el pasado y sus consecuencias, y el sufrimiento es como una prisión de la que nunca se puede escapar del todo, ni siquiera cuando hay un nuevo amanecer en el horizonte. Era demasiado arduo y penoso. Quizás, lamentablemente algunas personas no están destinadas a ser felices.

  Me quedé atónito, aturdido, sin poder expresar palabra alguna, apesadumbrado al tratar de comprender todo lo que el sufrimiento puede hacerle a alguien, cómo el daño no desaparece, cómo se pierde la esperanza, cómo los fantasmas del pasado jamás dejan de regresar y atormentar, destruyendo ilusiones y  futuros. No pude insistir. Con dolor tuve que resignarme a que hay cosas que no se pueden cambiar, que no basta el deseo, la disposición, el sacrificio. Hay daños que son muy penosos para remediar. Me culpé por arruinarlo todo, por llevar a Mar a un lugar tan enrevesado, por revivir momentos dolorosos, por traer fantasmas de antaño a lastimar el presente y a destruir el futuro. Por tratar de buscar una vana esperanza en un mar tempestuoso. Me culpé por arruinar nuestra felicidad, cuando pensé que la teníamos, cuando pensé que un efímero momento era suficiente para borrar todo un pasado. Tal vez fui egoísta, tal vez solo pensé en mí, y me equivoqué al pensar que era capaz de remediarlo todo. Pero nunca perdí la esperanza, todos merecemos la felicidad y debemos luchar por ella. Mi mano siempre estaría allí, para cuando el momento llegase, para cuando el pasado terminara su sentencia, y por fin llegara el alba de un nuevo día. Yo siempre estaría, por eso me resigné a dejar ir a Mar. Una vez más se iba de mi vida, esta vez con una incierta promesa de regresar,  regresar para siempre. Lo dejé en manos del tiempo. Y nunca dejé de añorar el regreso, incluso aunque quizás nunca sucediera, pero yo siempre lo creí, y busqué señales sin rendirme. Siempre confié en que Mar hallaría las fuerzas, y comenzaría una nueva vida, nadie lo merecía más que ella. Siempre confié, y nunca he dejado de hacerlo, a pesar del tiempo.


  Hoy supe que Mairiam había muerto. Me dijeron que se había quitado la vida. Yo no les creo, no les quiero creer. La vida no es justa, es difícil, y aun así la atesoramos, es nuestro bien más preciado. La vida puede acabar cuando cesa la existencia física, pero hay vida mientras perdure el cariño y el homenaje. Los recuerdos pueden destruir futuros. Tal vez Mar no pudo encontrar la superficie y terminó hundida en un océano de desdichas. Quizás la esperanza fue una estrella demasiado lejana para aferrarse a ella, y sin embargo cercana para resultar dañina. Quizás finalmente el pasado triunfó, y en un último esfuerzo, una última batalla, Mar prefirió terminar con ambos antes de dejarse sucumbir ante él. Tal vez fue su manera de luchar, el sacrificio definitivo. Nunca lo sabré con certeza, pero sé que fue así, la conozco, y sé que esa fue su manera de combatir por la oportunidad de un nuevo amanecer. Me duele al pensar que no estará, que no la volveré a ver, pero prefiero recordar con cariño nuestros momentos felices juntos, antes que perderme en lamentaciones y en dañinas ilusiones sobre lo que pudo haber sido. Aún conservo aquella nota que descubrí oculta entre mis cosas, y que debí suponer que tenía un mensaje más profundo, debí entender, y no lo hice, nunca lo quise entender:

  Volver a encontrarnos ha sido lo mejor que me ha pasado, ha sido esa luz que se divisa desde el fondo de un pozo, y que te ilusiona alcanzar aunque sabes que es imposible salir. Es lindo soñar con que a veces se puede ser feliz. Me consuela saber que siempre te tuve, y espero que siempre sepas todo lo que ha significado para mí. Ojalá te hubiese encontrado antes.”

  Hoy estuve pensando en Mairiam, mi eterna Mar, pensando mucho en ella, extrañándola, añorándola. Y me puse triste, al pensar en que ya no la tendré y el enorme vacío que me deja, aunque una diminuta y profunda parte de mí, acaso irremediablemente resignada, siempre supo y temió que este día llegaría. Pero pensé en Mar y en lo que alcanzamos a vivir juntos y sonreí agradecido, no obstante una lágrima se me escapó al recordar la última frase que me dijo: « ¿Sabes? En un mundo ideal, tú y yo hubiésemos sido muy felices juntos y tal vez hasta por siempre.»




2020

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