TRÁGICO



  La calle tumultuosa, como nunca, a pesar de apenas ser los primeros minutos después del amanecer. Y con razón: todas las personas se hallaban conmocionadas, algunas incluso sollozaban o lloraban, otras murmuraban en voz baja, y otras simplemente contemplaban en silencio la macabra escena. Con las primeras luces del alba, unos transeúntes se habían topado repentinamente con algo horrible que no habrán de olvidar nunca. Y allí, a un costado de la calle, sin demasiados intentos de ocultamiento, se hallaba un diminuto cuerpo, arropado en viejas mantas, brutalmente destrozado, de lo que debió haber sido una linda niña de cuatro años de edad. La desprolijidad con que fue abandonada en aquella fría calle permitía ver las huellas del horrendo crimen; había sangre, restos de ropas y basura por el lugar. El cuerpo de la niña era un cuadro horripilante, y provocaba, además del repudio y el dolor de la multitud, una sensación de repulsión que hacía a muchos desviar la mirada, no sin la lástima propia de los afligidos.

  El rumor entre la multitud, más allá de las conjeturas disparatadas que siempre se suscitan ante eventos desafortunados, era que la infante víctima había sido brutalmente asesinada, con ira, con desenfreno, como si su victimario estuviese empeñado en sacarla del mundo de manera horrenda y despiadada; como si, poseído por entidades ocultas habitando su mente y nublando sus sentidos, hubiese obedecido sus terribles designios, renunciando a toda humanidad o clemencia. Se decía que muy probablemente había sido un familiar o alguien cercano, tal como fue señalado con posterioridad, pues la muerte incluía un componente, un lazo, una relación personal mas allá de la simple relación victima-victimario, y, como comentó uno de los afligidos en la multitud, la pequeña era tan joven que no tuvo tiempo para hacer enemigos, por lo que era tan horripilante el pensar que alguien que la conocía, y que tal vez hasta la amaba, hubiese sido capaz de hacerle eso a una niña inocente. Era inconcebible, incierto. Cuanta maldad había en el mundo y dentro de las personas. 

  Quizás quien lo hizo tuvo sus motivos, a fin de cuentas, dicen que todo tiene un por qué, una razón, cualquiera que fuese, por retorcido que fuese, y es muy difícil desentrañar la mente humana. Allí yacía el resultado, frente a todos nosotros, y era horrible, pero a la vez nadie sabía más de la historia que el trágico final.

  Fue ya bien entrada la mañana cuando finalmente iban a llevarse el diminuto cadáver, y me embargó una incontenible y acaso inexplicable sensación de pesar. No quería ni podía alejarme de la niña deshecha, era como si me arrancasen parte de mi vida, como si quedase un vacío sin fin en mi. Traté de aferrarme a las raídas mantas que cubrían el ultrajado cuerpo, desafiando a la multitud, como quien se aferra desesperadamente a lo más preciado y sublime. No quería, no podía alejarme. Fui relegado, no sin feroz resistencia, fui obligado a permanecer a un lado, lejos, mientras muchos me conminaban a permanecer tranquilo y tratar de contener mis emociones, pero, ¿cómo podría hacerlo? ¿Cómo podría alejarme de mi hija?




24/3/2020

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