LA TAZA DE CAFÉ



  Me levanto con cierta dificultad y pesadumbre, en verdad no descansé mucho, la última noche fue agitada. Voy a la cocina, con la intención de prepararme un café. Instantáneo, sin demasiada preparación. El agua cambiando a estado gaseoso, cuatro cucharadas y media de café. Tres cucharadas de azúcar. Todo armónicamente danzando en la taza de porcelana blanca con toscas alegorías a la alfarería barroca. El primer sorbo caliente recorre mi garganta. No es ni por asomo el mejor café que he probado, pero los he soportado peores. Un recorrido visual por la cocina mientras los sorbos se suceden hasta vaciar la taza. Ya no hay razón para inventar distracciones, debo volver a la habitación de todas maneras, debo volver con ella. Ella estará ahí, aunque no se si quiero verla. Volver con ella significa el regreso de todos esos pensamientos, esos recuerdos que quisiera borrar. Pero nunca se trata de lo que uno quiere o no, sino de las circunstancias que se presentan impredecibles. Pero debo volver. Debo pensar. Traspaso la puerta de la alcoba. Ella esta ahí. Ella sigue ahí. No se ha movido desde hace horas. Sigue ahí, en el suelo, con la mirada perdida y vacía. No pensé que habría tanta sangre; está por todas partes. Limpiar todo será complicado. Debo deshacerme de ella. Debo olvidarme de ella.




Marzo 31, 2020

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