La habitación vacía, oscura, insípida. Quizás solo el silencio, quizás solo recuerdos. Distantes voces, una ventana cerrada. Afuera, la sociedad, decadente, monótona, despiadada, sin sentido. Un poco de claridad para el lugar. He de permanecer un rato, de todos modos, debo hallar la manera de emplear el tiempo. Tal vez pueda entretenerme en algo, aunque, ¿qué es el entretenimiento? ¿Es una mera ilusión? ¿Es una vaga excusa para nuestras torpezas? ¿Es real? En fin, quizás pueda encontrar algo de esparcimiento en algún libro. Sé que hay algunos en un rincón de la habitación, coleccionando polvo, con páginas añorando algún visitante desde hace mucho.
El viejo estante ha visto pasar sus mejores
días, antaño excelso, hoy se erige desvencijado y moribundo. Cuanta literatura
inservible, inútil, estúpida, salida de mentes acomodadas e idealistas,
invocando fantasías planas de una moralidad conformista e irrisoria.
Desperdicio de letras, papel y tiempo. Me retracto, no me castigaré con
perderme en páginas intrascendentes. Afuera, se escucha el sonido de la brisa
nocturna, y nada más. Me gusta el silencio, la sensación de que nada más
existe. Me gusta estar solo, ser lo único en que pensar, sentirme a salvo de
toda maligna influencia exterior. Afuera, esos seres corpóreos que pululan
errantes han de estar en sus guaridas, presos de esa eterna rueda, ese bucle
sin fin que llaman rutina, pero que es esencialmente su vida. Sin rostros, sin
voces, suelo pensar que no existen.
Contemplo de nuevo el habitáculo panorámicamente,
alcanzo a distinguir algunas telarañas en rincones alejados, en las paredes y
techo. Hay una vieja yacija sobre el suelo, no ofrece mucha comodidad pero
cuando menos el mínimo indispensable para hacer reposar un cuerpo agotado, y
sobre todo, hastiado de un ambiente putrefacto. Si, definitivamente trataré de
descansar sobre la vieja yacija, con la única compañía de mis pensamientos,
después de todo, son todo lo que necesito. Míos, sinceros, transparentes,
correctos, siempre conmigo, siempre guiando.
No más
se alcanza a escuchar otro sonido que el de mis pasos o mi propia respiración. No existe el mundo,
no existe nadie más. Solo necesito un último detalle antes de entregarme por
completo al reposo, y a la quietud que solo puede proporcionarme mi mente. Le
daré un poco de aroma a esta habitación, mitigando el hedor del polvo y la
indiferencia. En el último cajón de un estante almaceno desde hace algunos
inciensos, fabricados enteramente por mis propias manos y tiempo. Tomo un par
de los más recientes, los coloco estratégicamente a fin de maximizar su
difusión. Un halo de luz aparece mientras el encendedor les da vida a los
inciensos, o más bien, los sentencia a su lenta muerte.
Finalmente, me recuesto sin inhibiciones, si
pudiera tal vez incluso me reiría. Me reconforta estar así, a solas conmigo,
solo yo y nada más, y adentrarme en los senderos sinuosos de mi mente. La
atmósfera es la correcta, la indicada para tal día sombrío. Cierro mis ojos, el
viaje comienza. Los inciensos se han apoderado de la habitación. Me agradan los
inciensos, ese hedor, ese olor, ese aroma humano…
10/3/2020
2 Comentarios
No es fácil mantenerse solo sin nadie ni nada. A veces, esa solitud y esa calma viene bien. A mí me gusta. Lo que venga después ya lo dejo a las letras icastica de las vicisitudes de la vida. Me ha gustado. Quiero más. Un saludo!!
ResponderBorrarSaludos y gracias. Historias cortas de este tipo puedes encontrar varias en este sitio, y pronto vendrán más.
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